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martes, 15 de marzo de 2011

De Película







El cine está sin duda ligado a la historia de cada una las personas que lo hemos vivido como un modelo, incluso como un ideal, ese mundo tan creativo que nos permite a los mortales proyectar las emociones en cada escena que se significa en lo que sentimos. Algunos aprendimos a besar en el cine.
Clark y Vivien en "Lo que el viento se llevó" crearon un modelo de beso apasionado con paso de Tango incorporado. ¿Quién no lo ha intentado aunque sea para divertirse o divertir? ¿Quién no ha soñado con un amor así en algún momento de la vida real?
El cine ha marcado modas y tendencias de todo tipo, nos centraremos en las emocionales. El amor romántico ha sido y es un tema esencial en las creaciones del celuloide. Probablemente la imitación se convirtió en una tendencia irremediable para la mayoría de nosotros.
Atractivos actores que dan vida a todavía más atractivos personajes. La mayoría son superados por sus personajes, si los conociéramos en su vida real no creo que nos causaran la misma impresión que el complejo compuesto por todas las interpretaciones a las que dieron vida. Todos ellos conformaron un modelo en la imaginación que no se corresponde con la persona que los interpreta.
Lo que el viento se llevó se convirtió en una gran novela de éxito en su época, la película catapultó la narración a un mito en la historia del cine. Una historia con todos los ingredientes: Guerra, ambición, esclavitud, clases, dinero, orgullo, honor, pasión, amor, compasión, hambre, violencia, belleza, malos no tan malos y buenos no tan buenos, todo un elenco de circunstancias, sentimientos y emociones que se funden en la historia de las personas, de cualquiera. Aunque cada uno sabemos qué personaje querríamos ser.
Clint Eastwood denigrado en algunos momentos de su carrera se ha convertido en un mito viviente sorprendiendo cada vez más con sus últimas películas como director y productor. Recuerdo una frase en Sin Perdón que quedó grabada en mi memoria: "Cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener".
El cine es un arte muy completo, juega y jugamos con él, nos convertimos en sus personajes y sus personajes en nosotros durante unos cientos de minutos. Podemos vivir otras vidas a través de la pantalla y recrearnos en un mundo onírico capaz de despertar deseos, emociones y sentimientos que creíamos escondidos, apagados o incluso inexistentes en nuestro interior. Le llaman la "magia" del cine, a mi entender es la magia de las personas, creadores, técnicos, actores... y público, se produce una interacción entre todos los que tienen que ver en la muestra y el ciclo comunicativo, especialmente en la reacciones más semejantes, sin perder de vista las singulares percepciones individuales.
A cada uno de nosotros nos produce el visionado de una película, por una parte, semejantes sensaciones, por otra, una multitud de matices en las percepciones que se conectan con la experiencias personales, los valores... y quizá las necesidades que cada uno de nosotros vive en el momento. Por aquí debe andar el duendecillo que hace de algunas películas nuestras favoritas.
En mi caso, una de esas películas es Tierras de penumbra. Quizá porque conecto con la visión del director y el guionista, el amor y su pérdida resumida en la frase final: "El dolor de hoy es parte de la felicidad que vivimos, ese es el trato".
La belleza de esta película duele, la fotografía conmueve, las interpretaciones enamoran y los personajes cargados de símbolos se recrean en nuestro inconsciente proyectándose al unísono. Es una historia de amor, de vida, de placer, de dolor y de muerte. La amistad, la ternura, el respeto, la consideración, los formalismos, los convencionalismos, el contexto histórico, la naturaleza, los diálogos... son un todo armónico que conecta directamente con el corazón y el vitalismo, con la ilusión y la esperanza, con el sufrimiento y el compromiso con uno mismo y con los que ama.
Cada película cuenta la misma historia desde infinitas perspectivas, desde un bodrio que no alcanza a hacernos sentir salvo vergüenza ajena, pasando por muchos trabajos mediocres hasta verdaderas obras de arte que consiguen quedarse entre nosotros como parte de nuestra historia.
Aún así, la mayoría aportan algo, las más malas, las regulares, las buenas y las muy buenas. Todas, salvo la genuina excepción, nos transmiten contenidos que en una mente abierta y sin demasiados prejuicios puede invitar a la reflexión, al placer del aprendizaje, a la maravilla de la confrontación, a la necesaria evasión y quizá a la más importante a mi entender, la unión que cualquier espectador pueda experimentar y gozar en una relación íntima con los creadores. Ellos desnudan parte de su alma y parte de un todo de sí mismos para cada uno de nosotros. Un sutil y maravilloso movimiento que considero, en este sentido y en muchos otros, una de las mejores formas de dar y recibir.
Probablemente el amor en su estado puro, sin caras, ni tiempo, ni condiciones.

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