Un Lugar

Un Lugar
Donde todo puede ocurrir

lunes, 17 de enero de 2011

Queridos Desconocidos


Eran las seis de la mañana y no podía dormir, sabía que hasta esa hora había vivido, más o menos, veintiún mil novecientos días, es curioso como cambian las perspectivas cuando tomamos como modelo otra medida.

Querido Desconocido:

Me gusta verte cada día cuando salgo de casa y el aire libre entra en mis pulmones, es el momento en el conecto con la realidad, me sonríes y se que me vas a pedir un cigarrillo y te vas a llevar la mano exageradamente al corazón al despedirnos. Tú te quedas y yo desaparezco. Después de varias semanas te pregunté tu nombre y me lo dijiste, también me enteré de que no tenías casa y dormías en un parque cercano. No quiero pensar en la historia de tu vida, ni siquiera me atrevo a tener compasión, no la necesito, solo me interesa pensar en ti como un ser humano igual a mi, blando como el agua y fuerte como el diamante. No quiero decir nada más, no hace falta.

Los martes sales de casa a la vez que yo, nos encontramos cada semana como en un rito, al principio no importa demasiado, pero cuando ocurre más de treinta días seguidos se convierte en una costumbre. Me gusta ver tu sonrisa matinal, tus ojos grandes e hinchados, las mejillas sonrojadas y el busto amplio y abierto como la piel blanca de tu sienes. No te conozco y me parece cierto y lógico, incluso reconocible en lo más auténtico de lo sentido. No quiero decir nada más, no lo necesito.

Todos los días me cruzo con usted en el garaje, hace frío, bajo su bigote una leve sonrisa, sobre él, la nariz y los ojos, un sombrerito, entre las dos cosas y su vestimenta se convierte en un personaje afable de novela de postguerra. Su coche es clásico e impecable como usted y un par de veces hemos hablado de sus viejos tiempos que en algún sentido también fueron míos. No seguiré, no ahondaré en lo que quiero expresar con más palabras.

Arranco la motocicleta y suenan los pistones como los latidos del corazón al comenzar la mañana, fríos, irregulares, enjutos y quizá reprimidos. Al salir encuentro lo de todos los días, vehículos moviéndose como hormigas locas sin puntos cardinales, van de un sitio para otro y rebuscando parece que el camino, si lo hay, no tiene sentido. Y lo tiene. Para ellas. Para nosotros, para unos cuántos locos que habitamos las mañanas intentando descubrir nuevos mensajes, nuevas imágenes. No me apetece hablar más de lo aturdido que vivo las mañanas al poco de despertarme.

Sus ojos me miran cada día a las once, minuto arriba minuto abajo, su gorrito blanco y su sonrisa me reciben, tiene los ojos negros, la cara redonda y una voz potente y segura. Me mira a los ojos y dice: uno veinte, luego rozamos nuestras manos en el intercambio de monedas e imagino qué clase de persona será. Cada día sus pequeños comentarios en mi presencia van configurando, pincelada a pincelada, su retrato. No seguiré, no lo creo necesario.

Todos los días repito el mismo camino, dos veces al menos, aún así me encuentro siempre a personas diferentes, cruzan la calle, paran a mi lado y nos miramos tímidamente, muchos tienen prisa a juzgar por su forma de conducir. Probablemente llegan tarde... aunque me temo que no sabemos bien hacia donde vamos, ni ellos ni yo. Todo puede ser perfecto entre desconocidos, imaginas quiénes son, cómo son, a qué se dedican, si están contentos o tristes, comprometidos o solteros, tímidos o abiertos.

Concluyendo, los desconocidos, todos ellos, son nuestra mejor relación en potencia, incluyen todas las posibilidades imaginables, representan un nido emocional enorme aunque difuso y hasta completarse resulta quizá desalentador e incompleto. Realmente los desconocidos suelen ampliar su importancia cuando la soledad elegida o forzada nos habita, cuando nos damos cuenta de que necesitamos a los demás. A veces he llegado a pensar que si no hubiese familias todos seríamos una gran familia, pero sé que es falso, no alcanzamos a amar más allá de lo seguro y cercano, amar lo desconocido, a los desconocidos, es un privilegio reservado a unos pocos, requiere de una gran experiencia de dolor, sufrimiento, soledad, debilidad, necesidad y ausencias.

Los desconocidos somos muchos y de distintas clases, de hecho todos lo somos en algún momento de nuestras vidas o en todos, según se mire.

Esta tarde me ha ocurrido un caso concreto: Una chica gritaba mi nombre desde la acera de enfrente, el ruido de los vehículos no me permitía escuchar bien, aún así he conseguido oír, con dificultad manifiesta mi nombre, mis ojos buscaban su voz hasta que han encontrado primero su boca y luego distinguido su figura entre ciento tres personas, he tenido que esperar unos minutos para poder cruzar la calle, ella quieta y sonriente me esperaba al otro lado, el encuentro ha sido exquisito, sentíamos que hacía mucho tiempo que nos nos veíamos; hemos charlado y nos hemos puesto al día sobre nuestras vidas en una media hora, la de cosas que han cambiado en tanto tiempo, nos hemos despedido con un abrazo y dos besos. Mientras me alejaba he girado la cabeza varias veces observándola caminar entre la gente, incluso he conseguido reconocer algunos gestos y movimientos, no sin antes darme cuenta de que ella no es quién yo creía y yo no creo ser quien ella recuerda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario