Un Lugar

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Donde todo puede ocurrir

domingo, 30 de enero de 2011

De Culo


Le gustaba creer que había vivido libremente y que había ido construyendo su camino y como consecuencia parte de su destino, pero sabía perfectamente que no se acercaba más que a una ingenua parte de la verdad.
Darse cuenta de que después de veinticinco años siempre había vivido de culo, padeciendo, sufriendo y al límite le llevó a considerar que el precio pagado por su libertad había sido demasiado grande, incluso innecesario. Aquel día lloró.
Le conocí en circunstancias muy singulares. Por mi trabajo había viajado a Madrid, el avión llegó a las tres y cinco de la tarde, una hora de retraso respecto al horario previsto, cuando al final salí de la terminal el hambre se apoderaba de mis tripas como los motores de los reactores del aire. Después de hacer un trabajito rápido comí deprisa, mucho y mal. La consecuencia no se hizo esperar, salí corriendo hacia los servicios con unas ganas de cagar de esas que no te dejan moverte demasiado deprisa o te lo haces encima. Ya en el baño, entré en la primera cabina, me bajé los pantalones deprisa y solté todo aquello que llamamos mierda directamente al agua. La sensación de bienestar fue espectacular si le añadimos dos pedos de gran potencia y un cuarto de kilo de aire que dejaron mi aparato digestivo inferior en perfectas condiciones, tan liberado que me quedé sentado unos minutos leyendo las reseñas que algún viajero deja en las puertas de estos lugares tan íntimos. La única que recuerdo decía: “Loli, te quiero, te adoro. Rafa”, quizá la recuerdo porque no me pareció el mejor lugar para palabras de amor. Años más tarde rectifiqué cuando en ese mismo aeropuerto me cité en el baño de caballeros con una querida y deseada mujer con el propósito de hacer el amor como posesos. Aquel día entendí a Rafa, aquel desconocido que con un rotulador negro y una curiosa letra de imprenta comunicó al mundo sus sentimientos hacia Loli, solo entonces me pareció entender más allá de la anécdota, y ampliando la perspectiva, aprender a relativizar lo que no entiendo y mis prejuicios.
Al salir del baño me encontré a un hombre sentado en el suelo al lado de la papelera llorando, se diría que quería formar parte de la basura, si hubiese sido el recipiente más grande creo que se hubiese arrojado al fondo, porque de hecho se sentía basura. Lo descubrí tras preguntarle si se encontraba bien y él contestarme afirmativamente, a lo que repliqué si podía ayudarle en algo pues era evidente que no estaba en el mejor momento de su vida. No contestó y yo me quedé en silencio, esperando que se relajara y fuese capaz de articular palabra. Al cabo de unos minutos se rió con un aire de locura y me contestó: “Sí, podría ayudarme: ¿Tiene usted ciento cincuenta mil euros?”
No sabría decirles por qué pero mi respuesta fue automática: Sí, le contesté. Al principio quedó sorprendido y creo que yo también, la situación era sumamente atípica. Soltó otra carcajada concurrida de lágrimas mientras decía: Y ahora me dirá que me los va a dar.
Mi respuesta volvió a ser sorprendente hasta para mi mismo: Según para qué le dije. Su rostro cambió el semblante y sus manos pararon de temblar, me miró fijamente a los ojos enojado y me dijo: ¿Está usted tomándome el pelo... le advierto que no tengo un día para aguantar tonterías?
Abrí mi maleta saqué un sobre grande y extraje despacio la cantidad exacta de ciento cincuenta mil euros en billetes de quinientos euros y se los mostré. Con el fajo de billetes en la mano le pedí que me contara para qué necesitaba tal cantidad de dinero.
No sabría expresarles lo extraño que me sentía yo y todavía menos la cara que puso aquel tipo, tenía los ojos hinchados de estar horas llorando, el olor a alcohol se deslizaba entre sus dientes hacia el exterior, los músculos tensos y la mandíbula desencajada de tanto apretar los dientes, rechinaban. El traje arrugado, la corbata manchada de vómito y un bulto en el bolsillo derecho que por su forma intuí que se trataba de una pistola.
En menos de una hora pasamos de ser dos desconocidos a saber todos sus problemas, conflictos y decepciones a los que se había enfrentado aquel ser humano. Después de trabajar durante veinticinco años lo único que le quedaba era ese traje arrugado, la corbata manchada y un piso donde vivía solo que le iban subastar al día siguiente por falta de pago de la hipoteca. Para eso quería el dinero.

También me contó que su mujer le había pedido el divorcio. Había perdido su estatus y a gran parte de sus amigos junto a la quiebra de su pequeña empresa y un largo etcétera que no voy a contarles porque no lo creo necesario.
Me quedé en la parra pensando en una frase que siempre me disgustó y me decía mi padre:“Tu mejor amigo es un duro en el bolsillo”. En ese instante sonaron dos disparos, la puerta del baño se abrió y dos policías me apuntaban con sus armas: ¡Queda detenido!
Mientras me ponían las esposas sonreí imaginando a aquel hombre en mi coche con ciento cincuenta mil euros en un bolsillo y la pistola en el otro.
Al cabo de seis meses me soltaron por falta de pruebas.
¡Qué fácil es pasar del éxito al fracaso y viceversa!

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