Un Lugar

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Donde todo puede ocurrir

lunes, 6 de septiembre de 2010

Irati, la selva mágica





















En otoño, tras la primeras lluvias, se enciende la magia en la Selva de Irati. Las hojas de algunos árboles caen, las de otros cambian de color creando una paisaje onírico, otro mundo dentro de éste, una selva de belleza mineral, animal y vegetal. El agua es el centro de todo éste lugar, incluso hasta en el trozo de cielo que le corresponde, cae sobre nuestros cabellos y mejillas. Al saborearlas uno tiende a percibir las primeras sensaciones limpias, solo es el principio, después de ocho horas disfrutando del lugar el cuerpo se extiende hasta un sosiego parecido al sueño despierto, y en la mente una corriente imparable de belleza que impide que algunos pensamientos recurrentes se instalen en el ánimo variándolo a su merced. Comienza la magia de la naturaleza milenaria, comienza un ritual temporal que parece no tener fin.


La fotografías, hechas en un viaje memorable hace ahora justo tres años, no son suficiente, ni siquiera las palabras, al menos las mías, para describir un lugar tan hermoso: la combinación de olores, los colores, los sonidos, animales bellos como flores, vacas paseando tranquilamente y caballos pastando. Sensaciones mezcladas cuando todos los sentidos fusionan a la vez, cuando lo permitimos.

En ningún otro sitio he sentido, excepto en mi propia tierra, una unión tan sincera, tan singular.

Cada imagen invita a otra y a otra, es difícil dejar de escuchar el obturador y todavía más no querer llevarte una copia de cualquier paisaje, rincón, animal, arbusto o piedra para el recuerdo. ¿Cómo puede un lugar emocionar tanto, conseguir cambiar el estado de ánimo, crear emociones nuevas hasta el regocijo?

¿Somos unos monigotes a merced de todo los que nos rodea o no comprendemos como nos condiciona la relación con los demás y con la naturaleza? ¿Hasta que punto somos conscientes de lo esencial de la dimensión social de nuestras vidas?

Probablemente si nos diéramos cuenta de lo que nos influye todo lo externo nuestra relación con los demás y con el mundo cambiaría; se trata sencillamente de reconocer nuestros límites y de valorar las valiosas sinergías que nos descubren como género humano. Nos aprovechamos unos de otros y somos parte natural del mundo. Nadie se libra de necesitar y cuanto antes nos hagamos cargo de esta realidad más pronto reconoceremos nuestra propia naturaleza, signo inequívoco de crecimiento y de aceptación de los caminos posibles, evitando la combinación de fantasías mentales con las que nos engañamos complicándonos la vida hasta extremos auto-destructivos, la dificultad de ver las cosas tal y como son es la causa de las mayores desdichas, probablemente porque resulta profundamente difícil mirarnos al espejo y vernos como somos objetivamente, solemos culpar al mundo o a nuestras relaciones de la mayoría de nuestros conflictos cuando en realidad somos nosotros parte del problema. Cuando conseguimos reconocerlo se nos abre una nueva visión del mundo, más clara, más justa, más proporcionada. Es el principio de la armonía necesaria para cambiar hacia una perspectiva realmente humana, capaz de ver la paja en el ojo ajeno y lo más difícil, conocer nuestro propio velo. La palabra verdad en griego aletzeia significa etimológicamente desvelar, quitar el velo. Posiblemente sea la única dirección para caminar con sentido, teniendo en cuenta que inevitablemente necesitamos entendernos, comprender, ayudarnos unos a otros para conseguir vivir de una forma suficientemente satisfactoria.


Irati, la selva mágica, es un un buen ejemplo. Miren el agua, con la luz reflejada, como se convierte en un gran espejo donde mirarnos.


Compartir


La palabra compartir proviene del latín compartīri y según la R.A.E significa:

1. Repartir, dividir, distribuir algo en partes.

2. Participar en algo.

Disculpen que utilice con frecuencia el diccionario, pero además de mis propias limitaciones con el lenguaje, me parece una excelente manera de introducir con la contundencia del significado un significante un tanto difuso, amanerado, corriente y devaluado de usarlo tanto y mal. La impecabilidad de la palabra-como decían los toltecas- pasa frecuentemente por un filtro de cabeza en cabeza y de boca en boca hasta dejar sin contenido palabras fundamentales y necesarias para la comprensión de los propios movimientos de la vida.

Es fácil pronunciar o escribir la palabra compartir, sin embargo la dificultad se amplía cuando pasamos a intentar la pura acción, se trata de participar en la vida de otro creando una realidad nueva a la que llamamos relación. Es importante hacer hincapié en que cada nueva persona produce una interacción propia, singular y diferente con el otro. Está claro que existen muchos tipos de relaciones: De amistad, de pareja, de familia, de trabajo, de vecindad...y una de la que se suele hablar poco y no por su grado de importancia- en muchos casos inexistente- es la relación con la naturaleza. No me propongo tratar con todas, me centraré en las relaciones de pareja con un pequeño guiño a las de amistad por su semejanza aún sabiéndolas muy diferentes. A mi entender, las diferencias más contundentes son la convivencia diaria y el grado de compromiso entre dos o más personas. Intentaré centrarme en estas dos, acotando la reflexión a las dimensiones del texto.

¿Cómo compartir sin entrometerse, sin querer cambiar cromos únicos por cromos repetidos, sin dar para pedir a cambio, sin olvidar al otro buscando únicamente el interés propio...?

¿Cómo compartir las penurias, las manías, los pedos, las dificultades económicas, el cansancio, la ira, los sentimientos de culpa, la familia no elegida, los secretos, las mentiras, los crecimientos, los nuevos intereses, el olor a mierda...?

Hace años, mucho antes de convertirse Jorge Bucay en un autor tan prolífico, cayó en mis manos, después de cruzar el charco, un librito rojo convertido para mi en joyita llamado Cartas para Claudia, de él extraigo algunas palabras, disculpándome por utilizarlas a mi libre albedrío incluso para convertirlas en otras al eliminar algunas y contradecir el final:

"Es mi manera de definir la amistad, el amor... Quiero que me escuches sin juzgarme. Quiero que opines sin aconsejarme. Quiero que confíes en mi sin exigirme. Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mi. Quiero que me cuides sin anularme. Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mi. Quiero que me abraces sin asfixiarme. Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mi. Quiero que te acerques sin invadirme. Quiero que sepas que HOY cuentas conmigo..." con estas condiciones.

Me parecen que expresan perfectamente unas cuantas reglas básicas para que una relación funcione de una forma suficientemente sana, para compartir de verdad. De hecho, el autor me parece un extraordinario comunicador y un espléndido profesor, supongo que también un buen terapeuta. Digo todo esto aún no estando de acuerdo en algunas cuestiones básicas con él.

Como siempre, lo difícil es primero darse cuenta y después ponerlo en práctica. Lo digo por experiencia propia, es muy fácil caer en las tentaciones de la inconsciencia, en esa parte de nuestros adentros que se reencuentra con el animal que también somos, con sus instintos, tendencias, anhelos y deseos, todo ellos irracionales. Y a la vez tan necesaria.

Alguien me dijo una vez que es fácil la pasión dentro de una burbuja, lo difícil es mantener una llama siempre encendida en la convivencia, día tras día, año tras año. Lo corroboré en la realidad y lo describí con la metáfora del calentador de agua a gas: Los calentadores relativamente antiguos necesitaban de una pequeña llama encendida siempre, para cuando abrías el grifo del agua- arché -se convirtiera en un fuego intenso productor de un gran calor que había que armonizar con un giro hacia el agua fría, mezclándola para no quemarte. Cuando queremos que todo el tiempo el calentador esté encendido al máximo el agua quema, achicharra, duele y convierte una sensación de placer en algo sumamente desagradable. Probablemente ahí está el centro del error: Lo queremos todo, pero cuanto más calor buscamos más nos quemamos. La reacción más coherente sobre este asunto me parece que sería coger las riendas de nuestras emociones y llevar las relaciones hacia caminos de sosiego, de pasiones, de enamoramientos, hasta el verdadero amor/amistad que ayuda a vivir y pisa la tierra sin dejar, de vez en cuando, de dar un salto de alegría hacia el cielo ó hacia el agua, pero nunca hacia el fuego.


Participar, repartir, dividir, distribuir... Es compartir todo aquello que nos ayuda a crecer y nos mejora, incluso aunque no lo parezca. A veces los rincones más tristes son los que mejor nos recuerdan donde hallar la alegría.


La Rocas, el Agua y la Cueva

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La Cueva de las Palomas



Después de un paseo justo, ni cortonilargo, digamos a la medida decualquier mortal no demasiado entrenado, encuentro una maravilla natural: Las rocas, el agua cayendo al charco y la cueva. Hermosa estampa recogida por la cámara. Muchos la conocen y más la desconocen. Solemos no valorar lo que más cerca tenemos, incluso muchas veces perdemos la perspectiva cuando la belleza está demasiado cerca e inmersa en nuestra rutina diaria.

Tengo un buena amiga que después de muchos fracasos de pareja se casó con su vecino al que saludaba diariamente en el ascensor con un fático "buenos días" y curiosamente siguen juntos después de veintiséis años. También conozco a una persona que después de vivir en un pueblo cercano a un pantano durante siete años nunca había sentido el placer de navegar por él y menos aún conocer rincones donde el agua transparente se unía al nacimiento del río. Reconoció que no entendía como le podía haber sucedido. Tengo también un buen amigo que no sentía nada con la música-de ningún tipo- hasta que un día compartí con él un concierto en directo y se enamoró de la cantante por una noche. La lista supongo que sería inacabable.

Parece que tenemos que experimentar diversas circunstancias a la vez para sentir los despertares propios del darse cuenta, abrir los ojos o cualquier otro sentido y encontrarnos con lo que nos mejora. Supongo que tienen que producirse y concatenarse diversas experiencias internas conectadas para mirar y ver aquello que necesitamos, sobre todo, esas pequeñas cosas que en el día a día nos envían guiños tratando- creo-de reconciliarnos con la vida, son contrapesos que equilibran la balanza hasta encontrar un cierto sentido a nuestra existencia.

Sentado frente a la cueva respiro despacio y tranquilo, tratando de concentrarme en el momento y en todo lo que percibo: El ruido del agua cayendo es lo primero, muy obvio pues he cerrado los ojos, cuando los abro, miro la cascada en movimiento por la fuerza de la gravedad actuando sobre el agua quieta y generando un todo en movimiento. El agua transparente se convierte en blanca y el agua estancada silenciosa y quieta contrasta en los sentidos con cada gota que cae y tropieza con ella. Sentimos las partes para emocionarnos con un todo incompleto como la vida misma.

Está nublado y los colores al brillar menos consiguen que las formas se maticen más. El verde del musgo y el amarillo de los líquenes redondean las rocas eliminando su dureza, un colchón húmedo que huele mezclado, entre tierra mojada, hierba y hongos.

Insectos que no paran por la tierra o por el aire, babosas, caracoles y hasta una baqueta buscando al tacto el romero húmedo. Tres arañas grandes muy quietas, una rana que escucho y no veo entre los juncos. Y dos perros flacos y vagabundos con la mirada triste que beben agua.

Lo veo todo desde arriba, sentado sobre una roca caída hace ochenta y dos años, la vio caer el tío Ranafrita en una mañana de primavera mientras araba con el mulo la quincha de almendros que tenía nada más pasar la casa derruida de enfrente.

De pronto un pájaro se lanza a toda velocidad contra el agua y en menos de tres segundos sale con un pez en la boca, alucino, menuda sorpresa, es una gaviota.





A la orilla del mar en Septiembre




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A la orilla del mar en Septiembre

"Otra vez agosto pasa y nosotros sin mudanza." J.R.J

A la orilla del mar en septiembre gritan las encinas, la luna estira sus troncos dos centímetros y pasan cien años, por eso no las escuchamos. No tenemos tiempo. Los días pasan despacio para estos arbustos centenarios, milenarios. Para nosotros, con suerte, es toda una vida. El tiempo lo relativiza todo, hasta una chaqueta de aviador que tenía mi padre y que heredé con las ganas de un hijo. Todo parece que se va encogiendo con los años o nosotros ensanchamos.

En todo caso el tiempo siempre está marcado por un antes y un después. En esta caso, antes de las vacaciones y después de las vacaciones. Muchos lo vivimos como el auténtico cambio de año, como cuando éramos estudiantes cambiando de curso, una nueva etapa, un nuevo ciclo.

Después de agosto viene septiembre y la vuelta a la rutina, nos alejamos de la orilla del mar para volver cada uno a su lugar de trabajo.¿Pero por qué nos alejamos del disfrute cuando volvemos al trabajo? ¿Por qué idealizamos tanto las vacaciones y maldecimos la vuelta al trabajo si además le dedicamos once veces más tiempo durante el año? ¿Cómo podemos aceptar pasarnos once meses al año en una situación que nos oprime, nos disgusta, nos angustia y elimina todo rasgo de ilusión?

No estoy seguro de si estoy radicalizando, ustedes dirán, pero me temo que son muchas las personas que verbalizan ideas similares a mis afirmaciones. Aún siendo consciente de que no todo lo que se verbaliza se siente, tiendo a creer que es un pensamiento y un sentimiento generalizado.

Hay respuestas muy obvias, pero trataremos de saltárnoslas. Me interesa especialmente resaltar la importancia del bienestar en el día a día, la necesidad de las ilusiones para poder danzar con las olas más frecuentemente y después relajarnos a la orilla de un mar, a veces tranquilo, otras, movido, aceptándolo tal y como es.

El bienestar es un estado de ánimo que crea una actitud, la felicidad un embaucador y severo ideal que además de no existir salvo en la mente destruye el bienestar. Un ideal inalcanzable que nos mantiene engañados esperando un futuro de plenitud mientras nos perdemos las pequeñas y sencillas maravillas del día a día, la exclusiva sensación de estar vivos, probablemente el único y mayor tesoro del que siempre disponemos hasta el inevitable final.


El final es la casa vacía que estuvo habitada, personas vivieron en ella, durmieron en ella, soñaron en ella, se refugiaron de lluvias, vientos y miedos. Tarde o temprano quedan vacías como el tiempo que dedicamos a sufrir, no sirve para nada positivo.

Al volver de las vacaciones cada uno de nosotros volveremos a nuestras rutinas más o menos activas. Algunos con una cierta angustia, otros con pocas ganas, otros estarán encantados de volver a su evasión favorita, quizá otros, unos pocos, estén deseosos de llegar para poner en marcha nuevos proyectos, quizá con energías renovadas alguien se enfrente a sus problemas y los resuelva o el menos lo intente. Incluso es probable que algún persona valiente de un giro radical a su vida y deje lo que no le gusta o le atormenta en busca de un camino mejor.

Cada uno tendrá sus motivos para actuar de una forma u otra y quiénes somos nosotros para reprocharles nada. Somos uno más dentro de una sociedad imperfecta, algo caótica y llena de contradicciones e injusticias.

Nada ni nadie es perfecto, pero espero que cada uno a su vuelta sea capaz de gobernar su vida hacia un bienestar diario y renuncie a disfrutar o intentarlo solo los fines de semana, puentes y vacaciones. Son muy pocos esos días en el computo del año.

Me niego a creer que solo podemos estar a la orilla del mar en agosto, por qué no en septiembre, octubre, diciembre, enero, febrero...

El mar siempre está ahí y el sol, también la risa y la alegría, y las personas que nos ayudan o ayudamos, y los sueños, y los deseos, y las locuras...

Que nos llamen locos e imprudentes, puede que hasta irresponsables, pero no dejemos que por la incomodidad de no formar parte de alguna manada o al contrario, renunciemos a las sorpresas que nos pueden ofrecer cada día si queremos sentir como corre la vida por nuestra respiración, arterias y venas.

Rebusquemos en nuestros adentros qué queremos hacer con nuestros días y en qué orilla y en qué mar y en que cara de la luna queremos estar mirando como crecen las encinas.